Evitar que la ira y el enojo provoquen un conflicto

Tanto la ira como el enojo son emociones necesarias. En el caso de sentir que estamos siendo atacados, que no nos merecemos el trato que estamos recibiendo, nos permiten movilizar fuerza y nos ayudan a defender nuestra posición. Pero es muy posible que no seamos capaces de usar la ira y el enfado de forma apropiada, en nuestro beneficio. Suele suceder que:

  • Podemos atacar a personas que no se merecen el ataque: Por ejemplo, a alguien que estaba diciéndonos algo de forma moderada, aunque era algo que nos ha molestado.
  • Usamos estas emociones en situaciones que, si bien nos proporcionan satisfacción a corto plazo, a largo plazo provocarán perjuicios en contra nuestra: Por ejemplo, devolver una crítica a nuestro jefe, sintiéndonos bien, a costa de perder su confianza.
  • Es habitual usar el enojo contra alguien que nos ataca, pero hacerlo en una situación que no era apropiada: Por ejemplo, devolver un ataque en público, siendo centro de atención, creando una imagen muy negativa que los espectadores no olvidarán.

Estos son tres casos, pero hay muchos más. Son fuente de ira actualmente las redes sociales, que muchas personas emplean para lanzar mensajes devastadores, o el discurso de muchos políticos (sé que hay gente que me dirá que hay políticos muy educados, y llevan razón, pero la norma es que el mensaje que transmiten no aporte ideas en beneficio de la sociedad, sino en contra del adversario, llegando a «espolear al votante en contra del enemigo»).

Robert W. Levenson, profesor de Psicología en la Universidad de Berkeley (California), mostró en sus estudios que la expresión emocional, eso que mucha gente llama catarsis, no reduce la intensidad emocional, solo aumenta nuestra tensión con lo que eso conlleva (peor calidad de vida, malestar interpersonal, niveles altos de hormonas poco beneficiosas…).

Ira y enojo: emociones complejas

La forma en que una persona interpreta su situación suele ser la causa de la ira (hablé de esto aquí Emociones según la situación que nos toca vivir). Sentir ira no es algo innato e insensible a nuestro entorno, ya que aun siendo una expresión individual, suele estar provocada, condicionada, estimulada, acrecentada o disminuida por nuestro ambiente, personas y situaciones que nos acontecen. Por ejemplo:

Que un chico no llame a su madre cuando se va de viaje con amigos puede producir ira en la madre, y no deja de ser la forma de interpretación de esta la que produce el sentimiento negativo. Una madre equivalente puede pensar que su hijo está disfrutando y no siente ira, sino que imagina a su chaval muy feliz nadando en la playa, y se recrea en esa imagen tan positiva.

La ira siempre produce rechazo, defensa y contraataque en el otro. Esto nos permite ver que si estamos enfadados, atacar al otro nunca nos reportará beneficios, salvo que el ataque lo recibamos nosotros y sea injusto, desproporcionado y nos dañe como personas.

Continuar una conversación agresiva puede derivar en un intento de reeducar al otro, hacerle ver que llevamos razón… La realidad es que en un ambiente tenso, nuestra conducta está preparada para protegernos y no para que asimilemos aprendizajes.

Otra forma de proceder habitual es culpar al interlocutor. La culpa se relaciona con la causa de algo que nos molesta, y desentrañar qué ha hecho el otro en contra nuestra es algo complejo, que requiere exponer unas causas que han desencadenado consecuencias, algo demasiado delicado para explicarlo con malas palabras, gritos o acusaciones.

La mejor conducta ante la ira, sea propia o ajena es DETENERSE. Aunque el entrenamiento en habilidades sociales es parte del trabajo de los psicólogos, donde exponemos formas de actuar (herramientas que explicamos y enseñamos), procedimientos para comunicar quejas, formas de tratar a personas con mal carácter, etc., lo interesante es que podemos parar, algo más sencillo y efectivo si no hay otra opción o no tenemos un buen repertorio de habilidades sociales. Sea con el motivo que sea, podemos pedir un minuto y alejarnos, ir al baño, incluso disculparnos y salir a la calle un momento, y así reducir de este modo un nivel de tensión que no proporciona ningún beneficio. Rebajar el nivel de tensión dando un tiempo muerto permite volver a enfocar el asunto, gestionarlo de forma menos agresiva y crear una vía de escape a algo que parecía abocado al colapso.

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