“Tenemos que proteger nuestra salud mental y nuestros cuerpos y no salir simplemente a hacer lo que el mundo quiere que hagamos»; “no somos solo atletas. Somos personas al fin y al cabo y a veces hay que dar un paso atrás»; “hubo un par de días en los que todo el mundo te tuiteaba y sentías el peso del mundo».

Con 19 títulos de campeona mundial y 25 medallas ganadas en campeonatos mundiales, Simone Biles es la gimnasta que ha ganado más títulos y premios de todos los tiempos, tanto en la categoría masculina como en la femenina. Y estos días ha sido famosa por retirarse de los Juegos Olímpicos al no poder gestionar su ansiedad.
Por otro lado, Djokovic, ahora mismo el mejor tenista en activo, ha puesto de manifiesto que la ansiedad del deporte de élite “es un privilegio”. Se posiciona de forma incómoda y contraria a Biles, probablemente intentando normalizar su situación. Pese a todo, en épocas anteriores el tenista sí que refirió ansiedad, por ejemplo durante la cuarentena.
La ansiedad, como respuesta emocional, puede ser normal, moderada o grave. Cuando una persona se levanta, constantemente planifica su futuro y gracias a esas predicciones organiza su día. Calcula lo que va a tardar en vestirse, en llegar al trabajo, en atender a sus hijos, cuando va a necesitar comprar leche o fruta, si la economía del mes va bien o mal… lo que cada uno haga en su día a día. Cuando el futuro que imaginamos es negativo, por ejemplo, al pensar que no voy a llegar a tiempo al trabajo, que mi jefe hoy me va a echar la bronca, que voy a suspender el examen… ese tiempo futuro se convierte en el desencadenante de emociones muy negativas, y esa sensación es la que catalogamos como ansiedad.

Es imprescindible sentir ansiedad a nivel bajo, al igual que el estrés. Ni Biles ni Djokovic podrían haber ganado lo ganado sin esa tensión hacia el futuro, pero cuando se desencadena una ansiedad alta y mantenida, se puede alterar el sueño, la digestión, nuestro estado de humor, la forma en que tratamos a los demás o la forma el modo en que organizamos nuestro día. Y esto es problemático.

Controlar la ansiedad, siempre que esta no sea una forma patológica extrema, por ejemplo a causa de una enfermedad orgánica, requiere el trabajo con la conducta, en concreto su modificación en las tres vertientes que los psicólogos trabajamos: el comportamiento emocional, el comportamiento cognitivo, es decir mental, y el comportamiento de actuación, es decir, acciones y hábitos.
La Psicología cuenta con gran experiencia en esto, algo que la situación actual ha puesto de manifiesto, pero en el caso de estos deportistas ha aparecido algo nuevo que antes no existía y es el peso de las redes sociales, su inmediatez. Una conducta puede ser juzgada por millones de personas a través de las redes sociales, y mucha gente aprovecha estas para derramar odio gracias a la distancia y al anonimato. Los deportistas muchas veces, por motivos económicos, son esclavos de las redes sociales, ya que sus patrocinadores se las exigen.
Como punto final me gustaría proponer una reflexión positiva. Las personas normales y corrientes, de la calle, no nos jugamos una medalla olímpica cada día. Es más, nuestros días suelen repetirse con frecuencia y mucha gente se queja de la rutina. La vida de una persona normal, que no depende de ser el número uno y que tampoco exige que publiquemos qué hacemos a cada momento en las redes sociales, tiene que ofrecernos cierto punto de control y reducir unos puntos los niveles de ansiedad si nos comparamos con personas como estos deportistas de élite. Pese a todo, tanto los profesionales del deporte como cualquier persona puede recurrir a psicólogos para restaurar la calidad de vida y aprender herramientas para gestionar su estado emocional.