Disciplina es una palabra muy seria. Unas personas la reverencian y otras la detestan. Su etimología latina es totalmente positiva: «discis», enseñar; y «pueripuella», chicos/chicas.
Un niño que se comporta mal y es indisciplinado impide que la clase se desarrolle como debe, obligando al docente a pedir orden y a dedicar tiempo a controlar el grupo. La interrupción es uno de los fenómenos que los docentes refieren con mayor frecuencia como preocupante en su desempeño laboral e inevitablemente interfiere en el aprendizaje de los alumnos predispuestos.

La interrupción e indisciplina se manifiesta como un conflicto entre el menor y el docente y desestabiliza la marcha de la clase a veces de forma no esporádica: risas, provocaciones, rumores, comentarios crueles, peleas, motes, robos y desafíos variados. La autoestima del docente se resiente, aumentan los niveles de estrés y aparece el famoso burnout. Además, la indisciplina impide que el profesor emplee técnicas innovadoras, que aplique iniciativas y modos de enseñanza proactivos que suelen ser los que evitan disrupciones y generan un ritmo de enseñanza más poderoso.