Se suele decir que los polos opuestos se atraen. Eso quizá sea algo real en magnetismo pero hay varias consideraciones que hacer cuando no hablamos de física:

-Aunque la persona crea que se ha enamorado de alguien muy diferente, un auténtico “polo opuesto”, lo cierto que no suele ser alguien tan diferente: Las personas solemos enamorarnos de gente de una edad parecida a la nuestra y con características similares: con un físico equivalente, que vista de una forma similar, que tenga un nivel económico parecido…
–Cuando la pareja inicia su andadura como tal, es normal que haya una especial atención y ganas de agradar: por ejemplo, una persona puede acompañar a otra a actividades que no le gustan… pero cuando pasan diez años esto se puede volver algo tremendamente aburrido e insoportable, un gasto y esfuerzo que pasan factura. Cuando la vida se normaliza juzgamos con otros baremos más realistas e interesados. Diferencias que en un inicio se salvaban, pueden ser usadas como excusas años después para romper la relación. Cuando esto sucede hay que recordar que estas diferencias ya estaban en los inicios y eso no impidió el disfrutar de tantos buenos momentos.
-Otra consideración se relaciona con la cantidad de actividades a compartir. Es bastante frecuente que en contextos compartidos se formen parejas: estudiantes con estudiantes, deportistas con deportistas, trabajadores con trabajadores… cuando la pareja tiene aficiones en común y un estilo de vida similar, es fácil pasar buenos momentos juntos. El fanático de un deporte que encuentre una pareja con esa misma afición puede compartir una innumerable cantidad de momentos relacionados con esa pasión. José Saramago se casó con Pilar del Río, su traductora al español… es fácil imaginar horas de conversación sobre idiomas, libros… Obviamente no es imprescindible tener las mismas aficiones para ser feliz en pareja, pero encontrar a alguien con quien compartir momentos facilita las cosas.